Era la última noche que Jesús vivió en la Tierra. Imaginemos la tensión emocional que experimentó. Las vidas de miles de millones de personas dependían de que se mantuviera totalmente fiel hasta la muerte. ¿Lo lograría? (Rom. 5:18, 19). Y, más importante aún, estaba en juego la reputación de su Padre (Job 2:4). Pues bien, mientras celebraba la última cena con sus queridos amigos, la conversación acabó convirtiéndose en “una disputa acalorada sobre quién de ellos parecía ser el mayor”. Aun así, es digno de notar que Jesús no se enojó con ellos, sino que mantuvo la calma. Con bondad pero con firmeza, una vez más les explicó cómo debían comportarse. Luego, los felicitó por mantenerse lealmente a su lado (Luc. 22:24-28; Juan 13:1-5, 12-15). Podemos imitar a Jesús manteniendo la calma aunque estemos estresados si recordamos que todos decimos y hacemos cosas que molestan a los demás (Prov. 12:18; Sant. 3:2, 5). También conviene que elogiemos a los que nos rodean por sus buenas cualidades (Efes. 4:29). w19.02 11, 12 párrs. 16, 17.
¿Qué tipo de situaciones no requieren necesariamente un perdón formal? y ¿Qué dan a entender las palabras “continúen soportándose unos a otros”?
Las lesiones físicas van de pequeños cortes a heridas profundas, y no todas requieren el mismo grado de atención. Lo mismo sucede con los sentimientos lastimados: algunas heridas son más profundas que otras. ¿Es necesario convertir en un conflicto toda leve magulladura que suframos en nuestras relaciones interpersonales? Las irritaciones menores, los desaires y las molestias forman parte de la vida y no requieren necesariamente un perdón formal. Si se nos conoce como personas que rechazamos a los demás por cualquier decepción insignificante e insistimos en que se disculpen antes de volver a tratarlos con cortesía y educación, es posible que los obliguemos a ser muy cautelosos con nosotros o a mantener las distancias.
Es mucho mejor que demos “a todos muestras de un espíritu muy comprensivo”. (Filipenses 4:5, La Nueva Biblia Latinoamérica, 1989.) Como somos criaturas imperfectas y trabajamos con nuestros hermanos hombro a hombro, es razonable esperar que de vez en cuando algunos nos irriten, como nosotros podemos irritarlos a ellos. Colosenses 3:13 nos aconseja: “Continúen soportándose unos a otros”. Estas palabras nos exhortan a ser pacientes con los demás y a tolerar lo que nos disgusta e irrita de ellos. Esta paciencia y tolerancia puede ayudarnos a sobrellevar los pequeños rasguños y arañazos que recibimos en nuestras relaciones interpersonales, sin perturbar por ello la paz de la congregación. (1 Corintios 16:14.).