Examinando las Escrituras diariamente 2020
Sábado 8 de agosto del 2020
En hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado (Sal. 40:8).
¿Está tratando de alcanzar una o más metas espirituales? Quizás se esté esforzando por leer la Biblia todos los días o por mejorar su participación en las reuniones y el ministerio. En cualquier caso, ¿cómo se siente cuando ve los buenos resultados o cuando otros los ven y lo felicitan? Seguro que se pone muy contento. Y con razón, en buena medida porque está poniendo la voluntad de Dios por encima de la suya, igual que hizo Jesús (Prov. 27:11). Si se centra en alcanzar metas espirituales, sentirá que es feliz y que su vida tiene propósito. El apóstol Pablo escribió: “Háganse constantes, inmovibles, siempre teniendo mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su labor no es en vano en lo relacionado con el Señor” (1 Cor. 15:58). Las personas que se centran en alcanzar las metas de este mundo, como ganar dinero o ser famosos, no son felices de verdad (Luc. 9:25). w18.12 22 párrs. 12, 13.
¿Disfruta de hacer la voluntad de Dios?
¿Qué cosas le alegran la vida? ¿Su matrimonio, sus hijos, sus amigos…? Por ejemplo, es muy probable que le encante disfrutar de una comida con personas queridas. Sin embargo, como cristiano, ¿verdad que le satisface especialmente hacer la voluntad de Dios, estudiar su Palabra y predicar las buenas nuevas?
En uno de sus salmos, el rey David cantó: “En hacer tu voluntad, oh Dios mío, me he deleitado, y tu ley está dentro de mis entrañas” (Sal. 40:8). A pesar de las dificultades y presiones que tuvo en la vida, a David le encantaba hacer la voluntad de Dios. Por supuesto, él no es el único que disfrutó adorando al Dios verdadero.
El apóstol Pablo aplicó las palabras de Salmo 40:8 al Mesías, o Cristo. Escribió: “Cuando [Jesús] entra en el mundo, él dice: ‘“Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo. No aprobaste holocaustos ni ofrenda por el pecado”. Entonces dije yo: “¡Mira! He venido (en el rollo del libro está escrito de mí) para hacer tu voluntad, oh Dios”’” (Heb. 10:5-7).
Cuando estuvo en la Tierra, Jesús disfrutó de observar la creación, estar con amigos y comer con personas queridas (Mat. 6:26-29; Juan 2:1, 2; 12:1, 2). Pero su principal interés y su mayor deleite era hacer la voluntad de su Padre celestial. De hecho, dijo: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra” (Juan 4:34; 6:38). Sus discípulos aprendieron de él cuál es el secreto de la felicidad verdadera. Con gran gozo y de buena gana proclamaron el mensaje del Reino a la gente (Luc. 10:1, 8, 9, 17).
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