Examinando las Escrituras diariamente 2020
Miércoles 23 de septiembre del 2020
Deja tú de llamar contaminadas las cosas que Dios ha limpiado (Hech. 10:15).
Pedro estaba confundido y no entendía lo que la voz le quería decir. En ese momento, llegaron unos mensajeros de Cornelio. Siguiendo la guía del espíritu santo, Pedro los acompañó a la casa de este. Los judíos jamás entraban en las casas de los gentiles. Así que, si Pedro solo se hubiera dejado llevar por las apariencias, nunca habría ido a la casa de Cornelio. Entonces, ¿por qué lo hizo? Fue gracias a lo que vio en la visión y a la guía del espíritu santo. Después de escuchar lo que Cornelio explicó, Pedro se sintió tan conmovido que dijo por inspiración divina: “Con certeza percibo que Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto” (Hech. 10:34, 35). Esta nueva verdad que recibió Pedro tendría un efecto en todos los cristianos. w18.08 9 párrs. 3, 4.
¿Qué quiere Jehová que entendamos todos los cristianos? y Aunque sabemos que Dios es imparcial, ¿qué puede pasarnos?
Por medio de Pedro, Jehová ayudó a todos los cristianos a entender que él es imparcial. A Dios no le importan las diferencias de raza, etnia, nación, tribu o idioma. Acepta a todo hombre o mujer que le teme y hace lo que es justo (Gál. 3:26-28; Rev. 7:9, 10). De seguro, todos los cristianos sabemos que esto es cierto y pensamos que somos imparciales. Pero, si nos hemos criado en una cultura o una familia con prejuicios, puede que muy dentro de nosotros tengamos algunos. Incluso Pedro, que tuvo el privilegio de ayudar a otros a ver que Dios es imparcial, tiempo después demostró que todavía tenía ciertos prejuicios (Gál. 2:11-14). Entonces, ¿cómo podemos seguir el mandato de Jesús y dejar de juzgar por las apariencias?
¿Qué nos ayudará a borrar de nuestro corazón cualquier rastro de prejuicio? y ¿Qué reveló el informe que envió un hermano?
Para ver si todavía sentimos algún prejuicio, es necesario que comparemos nuestra actitud con lo que aprendemos en la Palabra de Dios (Sal. 119:105). También podemos preguntarle a algún amigo de confianza si ha notado que seguimos teniendo prejuicios (Gál. 2:11, 14). Pueden estar tan arraigados en nosotros que ni siquiera nos demos cuenta de ello. Veamos el ejemplo de un hermano con cierta responsabilidad que envió a la sucursal un informe sobre un matrimonio fiel de siervos de tiempo completo. El esposo era de una etnia minoritaria menospreciada por la mayoría de la gente. Por lo visto, el hermano que hizo el informe no se había dado cuenta de que él mismo sentía prejuicios hacia esa etnia. Aunque escribió muchas cosas buenas sobre el esposo, al final de su informe dijo: “A pesar de ser [de tal etnia], sus modales y su modo de vida ayudan a otros a entender que ser [de esa etnia] no necesariamente equivale a ser sucio y tener un estilo de vida inferior, típico de muchos de esa cultura”. ¿Captamos la idea? Sin importar la responsabilidad que tengamos en el pueblo de Dios, debemos analizarnos con cuidado y estar dispuestos a aceptar que otros nos ayuden a ver si en nuestro corazón queda algún rastro de prejuicio. ¿Qué más podemos hacer?
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